8.3 Aprendamos algo sobre César
Julio César nació en el seno de una familia patricia de poca fortuna, la Julia— que, según la leyenda, se remontaba hasta Iulo, hijo del príncipe troyano Eneas y nieto de la diosa Venus.
Recibió muy buena educación y aprendió oratoria y a escribir poesía. En 84 a. C., a los 16 años, lo nombraron sacerdote de Júpiter, y se casó con Cornelia (Flaminia) pero tuvo que huir de Roma porque fue perseguido por el dictador Sila, que lo mandó matar. Tras escapar de morir a manos de los asesinos del dictador, fue perdonado gracias a la intercesión de los parientes de su madre. Trasladado a Asia, combatió en la guerra.
Después de la muerte de Sila en el 78 a. C., César regresó a Roma e inició una carrera como abogado en el Foro romano, dándose a conocer por su cuidada oratoria. En 73 a. C. lanzó su propia carrera política. Durante esos años ofreció unos espectáculos que fueron recordados durante mucho tiempo por el pueblo.
Sus conquistas extendieron el dominio romano sobre los territorios que hoy integran Francia, Bélgica, Holanda y parte de Alemania. Fue el primer general romano en penetrar en los inexplorados territorios de Britania y Germania.
A pesar de que bajo su gobierno la República experimentó un breve periodo de gran prosperidad, algunos senadores vieron a César como un tirano que ambicionaba restaurar la monarquía. Con el objeto de eliminar esta amenaza, un grupo de senadores formado por algunos de sus hombres de confianza como Bruto y Casio organizaron una conspiración con el fin de eliminarlo. Dicho complot culminó cuando, en las idus de marzo, unas fiestas muy importantes de Roma, los conspiradores asesinaron a César en el Senado.
La leyenda cuenta que Calpurnia, la última mujer de César, después de haber soñado con un presagio terrible, advirtió a César que tuviera cuidado, pero César ignoró su advertencia diciendo: «Sólo se debe temer al miedo». Y que un vidente ciego le había prevenido contra los Idus de Marzo y que, llegado el día, César le recordó riéndose en las escaleras del Senado que aún seguía vivo, a lo que el ciego respondió: “Los idus no han acabado aún”.