Chapter 3 Capítulo 3: “El Rayo de Júpiter”
Mistófelis estaba como atontada y caminaba como dando tumbos por entre la multitud que gritaba –“¡Cesar! ¡Cesar! ¡Cesar!”
- ¿Qué es todo este lío? -pensaba la gatita hasta que ¡paf! Quedó envuelta por una luz blanquísima
-Miauuuuu, ¡no puedo ver nadaaaaaaaaaa!
Parpadeó una y otra vez para ver si se le acomodaban los ojitos y escuchó una voz que sonaba como un trueno.
-Hola Mistófelis. Bienvenida a la república de Roma-
-¿Quién me habla?
-Mistófelis, Soy Júpiter-
-¿Júpi, qué?
-Júpiter, el dios de dioses, el que controla el rayo y hace temblar el cielo con sus truenos. Júpiter, el padre de todos los dioses del Olimpo.
-Ah… qué importante.
-¡Silencio! Quiero que me escuches bien, Mistófelis. Vendrás conmigo al Olimpo y te diremos qué queremos de ti.
-¿De mí?
-¡Silencio! Tomate fuerte de mi túnica, cierra los ojos y respira hondo.
Mistófelis temblaba de miedo, pero como con los dioses no se discute, sacó las uñas, que siempre tenía muy afiladas y se colgó de la vestimenta de Júpiter.
De repente sintió que se elevaba como en una nube y salió de la ciudad hacia la montaña más alta que jamás se hubiera imaginado.
El Olimpo era el monte donde vivían los dioses. Estaba entre las nubes, todo rodeado de luz y oro. Los dioses se sentaban en sus tronos dorados y desde allí, comiendo uvas y tomando vino, podían ver todo lo que hacían los hombres abajo, en la tierra. Cada uno se encargaba de algo, Venus era la diosa de la belleza y el amor, Marte el dios de la guerra, Dionisio, el dios del vino, Juno, la esposa de Júpiter, era la protectora del matrimonio, Apolo, el dios del sol y de la música y así cada actividad tenía su dios protector, no fuera que algo quedara sin un dios que lo protegiera.
-¡Guau, digo miauuu! ¡Qué mareo! ¿Dónde estoy? - y al abrir los ojos vio que la diosa Venus estaba inclinada sobre ella, con los ojos bien abiertos y una sonrisa sospechosa en el rostro.