8.1 Parte 2
Esa noche, todos bailaron, cantaron comieron y bebieron y al final del banquete, se escuchó la voz rugiente del dueño de casa. -¡Gawain! Esto es lo que cacé hoy, te lo ofrezco, como habúia prometido. aHora dame vos lo que ganaste quedándote en el castillo. Gawain se puso blanco como la luna, y con piernas temblorosas se acercó al caballero y le dio un tierno besito en la mejilla.
-Ja. Ja, ja. –Resonó la risota del caballero rojo. -Que descanses caballero. Aquella noche Gawain no pudo pegar un ojo y por supuesto, Mistófelis tampoco. -Miauuuuu. –Se quejó la gatita cuando Gawain le pegó una patadota al darse vueltas en la cama. -Miau, miau, y remiau así no se puede dormir.- y sin decir ni mu pegó un salto, se bajó de la cama , salió a gatas de la habitación y se acurrucó en el primer almohadoncito que encontró.
-¡Miauuuu. Apaguen esa luz!- Se quejó Mistófelis cuando el primer rayo de sol se le clavó en el ojo. –¡Gawain! ¡Tengo que protegerlo!- y sin perder ni un segundo salió corriendo para la habitación… pero la puerta estaba cerrada. -¡Miauuuuuuu! –Maulló Mistófelis con todas sus fuerzas, pero no pasó nada… -¡Miauuuu! –Volvió a maullar, pero nada… -Scrachchchch. –se oyó el ruido de las uñas contra la puerta y de proto escuchó la voz de la dama del castillo. -Gawain… la puerta está cerrada por dentro… y mi marido está en el bosque cazando… por favor… Gawain, tomame en tus brazos. -¡Miauuuuuu! ¡Otra vez lo mismo!¡No lo hagas Gawain! Pero parece que Gawain no podía oírla…
-Bueno. -susurró la dama dulcemente, -pero estoy segura de que tu honor no me impedirá darte un inocente besito en cada mejilla. No hubo respuesta y ¡Zas! La puerta se abrió de golpe y la dama salió llevándose por delante a la pobre Mistófelis, que se quedó mirándola aterrada. Aquella noche, después de la cena el Señor del castillo ofreció a Gawain lo que había cazado en el bosque, un hermoso ciervo de cuernos con más de cien puntas. Y Gawain, con pánico en la mirada le dio un beso en cada mejilla. -Hay, Mistófelis, -dijo Gawain ni bien entraron a la pieza. -Estoy muy preocupado. Todas las mañanas viene esta dama hermosa y me pide que la abrace… -¡Es una trampa! –Dijo Mistófelis. -Si llegás a caer, jamás saldremos de acá.