3.1 Parte 2
-Por favor, venerable felino. -Suplicó-. Dejate guiar por este cuervo sabio, él nos llevará hasta mi sombrero. Yo enviaré mi paloma mensajera más veloz con ustedes y así podrás escribirme y contarme todo lo que pasa, y dónde estás, y yo podré mandarte ayuda si es necesario.
A medida que hablaba, los ojos de Abraham Lincoln se llenaban de lágrimas y si hay algo que Mistófelis no puede resistir es ver sufrir a otro. Así que se le rompió el corazón y… -Bueno, Abe… no es para tanto. Si esto es tan importante… entonces me subo arriba del cuervo y como dijo Shakespeare, será lo que deba ser o sino no será nada…
Así que sin dudarlo ni un minuto más Mistófelis salió de debajo de la silla y despacito y con mucho cuidado se trepó sobre el lomo del enorme pájaro negro. De inmediato, el ave extendió sus alas negras y comenzó a correr con Mistofelis arriba hacia la ventana, se trepó a la cornisa y ¡A volar!
-¡Aaaah! ¡Auxilioooooo! ¡Tengo mucho vértigoooo! ¡Nos vamos a hacer puré!- Gritaba Mistófelis, pero ya estaban tan alto que se mezclaban con las nubes. Al cabo de un rato, Mistófelis ya estaba más tranquila… y hasta estaba disfrutando de la aventura alada.
Pasaron campos, pueblos, ríos y montañas y de repente se empezaron a ver campos blancos como si las nubes se hubieran posado sobre la tierra. -¿Qué es eso?- Preguntó la gatita. -No, no me contestes, ya sé que me vas a decir.
-Nunca más.- Dijeron el cuervo y Mistófelis a coro. -Sí, sí, ya sé, nunca más… Ah parece que son campos de algodón… Ey, ey… estamos bajando… ah mirá hay muchas personas recogiendo el algodón, qué lindo… y… todos son negros… y están cantando… cuidado, cuidado bestia alada, que te digo cuidado. ¡Que nos vamos a estrellar contra el pisooooo!
Pero ya era demasiado tarde… las patas del cuervo acababan de tocar tierra en el estado de Virginia.