9.3 Parte 4
Mistófelis sabía que los soldados no eran reales pero igual estaba muerta de miedo porque le parecía que en cualquier momento alguno iba a cobrar vida. Casi sin aliento, dio un salto y ya estaba sobre la muralla. Un salto más y cayó a los pies de Teodoreto de Ciro.
-¡Mistófelis! ¡Estás viva! Teníamos miedo de que te hubiera pasado algo…- Suspiró Teodoreto.
Mistófelis no contestó, ¿Cómo iba a contestar si se estaba atragantando con todos los capullos y las hojas que tenía en la boca? Le arrebató el bastón de caña a Teodoreto y con mucho cuidado empezó a escupir su valioso motín dentro del bastón.
-¡Es el secreto!- Gritó Sopatrus con los ojos medio salidos.
-¡Logró sacar el secreto de la seda! ¡Qué genia! Ahora ya se lo podemos llevar a Teodora, ahora podemos volver a Constantinopla. Y mientras gritaba y saltaba, le dio un fuerte golpe de felicitación en la espalda a la gatita, que todavía no había terminado de escupir el último capullo.
En ese instante uno de los capullos se le atragantó en la garganta. Mistófelis empezó a toser con una tos perruna, digo gatuna. Cuanto más tosía, más se deshacía el capullo hasta que los hilos de seda comenzaron a salirle de la garganta y comenzaron a envolverla.
En ese momento… se oyó un estruendo ensordecedor y un resplandor plateado iluminó la más oscura noche de la China y una vocecita resonó entre los muros del palacio -Bien hecho, Mistófelis. Has cumplido tu misión. Ahora eres la gatita más heroica de la historia.
Mistófelis sintió que daba vueltas infinitas en un espacio plateado.-¡Ahhh! voy a vomitaaaarr! Por suerte antes de que fuera demasiado tarde, Mistófelis ya estaba en el colegio sobre su almohadón preferido, el de bordados de seda.
FIN