3.1 Parte 2
Los maullidos salían con tanta fuerza, que todos los que vivían por ahí se despertaron. Algunos se tapaban las orejas con las manos, otros se tapaban la cabeza con la almohada…y el encargado de la catedral…después de dar como diez vueltas en la cama, prendió una vela , tomó coraje, salió de la cama y fue a ver qué era lo que pasaba. Ahí estaba Mistófelis para enamorarlo. Levantó los ojazos como para dar mucha mucha ternura y se quedó calladita.
-Pero si es una gatita…bueno, bueno, ya sé que hace mucho frío, vení vamos para adentro que te doy una leche calentita y nos vamos a dormir.
Caminaron por los altísimos pasillos de la catedral coronados de lámparas de mil velas, hasta llegar a una gran habitación tan rara que Mistófelis no sabía para dónde mirar.
Había maquetas colgantes con planetas y soles, telescopios de tubos larguísimos que apuntaban a las ventanas y muchísimos libros por todos lados. Sobre los estantes, sobre la mesa, en el piso…y en un rinconcito, había una camita con frazadas revueltas.
-Mmmmm, qué lugar…-susurró Mistófelis-, qué lindo.
-Bienvenida a Polonia. Mucho gusto, me llamo Nicolás Copérnico. Bueno, ahora calladita y vamos a dormir.-Dijo el científico mientras se metía en la cama.
Mistófelis se acostó a los pies de Copérnico, y se quedó muy quietita como haciéndose la dormida pero con los ojos bien abiertos, hasta que la habitación se inundó de ronquidos.
Ni bien la gatita estuvo segura de que su protector estaba dormido, sacó una patita de la cama, después la otra y despacito, despacito se deslizó al piso.
No le daban los ojos para mirar y entender todo aquello. Lo primero que hizo fue dar un super salto y colgarse de una maqueta que colgaba del techo. Era un gran Sol dorado y estaba rodeado por seis planetas de colores vivos.
Con mucho cuidado Mistófelis se puso a saltar de esfera a esfera.
-¡Soy la gata astronauta! –gritaba Mistófelis mientras saltaba del Sol a Mercurio y de Mercurio a Venus, de Venus a la Tierra , de la Tierra a Marte, de Marte al gigante Júpiter y de Júpiter a Saturno.
Justo cuando estaba por apoyarse en los anillos de Saturno, el planeta se torció, y…
-¡Miauuuuu! –Se escuchó la voz de la gata mientras caía con las uñas filosas sobre la cara de Copérnico que dio un horrible grito de dolor y de un manotazo hizo volar a Mistófelis por los aires.
Mientras tanto, en su atelier, Leonardo había encontrado otra pista para encontrar a su amada Gioconda y estaba marcando las coordenadas para rescatar a Mistófelis en la máquina del tiempo: 30 de junio de 1506, Florencia.