5.1 Parte 2
Paró las orejas y se puso a escuchar lo que maullaban.
-Miau, mish mininosh…-dijo Nestor, un gato negro grande, que parecía ser el jefe de la banda en un idioma raro que Mistófelis casi no entendía -mmmm, la michión de hoy esh em el palachio del prínchipe.
-Uy… -dijo Mistófelis- seguro que van a lo de los Medici. -Mmmmm, me informaron que hay un banquete, -siguió Nestor- com manjaresh riquíshimoshhhh. Shíganme, em shilenchioooo… Y sin decir ni una palabra más dio una vuelta alrededor de sus secuaces y tomó la delantera.
La noche estaba oscura y los gatos negros eran casi invisibles, sólo algunos rayos plateados de la luna se reflejaban en el brillo de su pelaje. Mistófelis sentía que el corazón se le salía del pecho. ¡Estos gatos iban a asaltar el banquete del palacio, justo donde ella tenía que ir! Si se metía con ellos, tal vez la atraparan , pero si los dejaba ir…entonces nunca sabría dónde quedaba el palacio de Lorenzo y nunca encontraría el cuadro.
Caminaron un rato largo, la banda de gatos negros se desplazaba como una sombra en la ciudad, de vez en cuando Nestor se daba vuelta y sus ojazos amarillos brillaban como llamas de fuego. Mistófelis los seguía de cerca, con la panza contra el piso y escondiéndose detrás de cada columna que aparecía. Al cabo de un rato, se vieron las ventanitas altísimas del palacio de los Medici iluminadas por las velas de candelabros gigantes que colgaban de los techos.
-Mmmmm, mamosh, mish muchachosh –susurró Nestor y todos los gatos negros dieron un salto como si volaran y aterrizaron en la primera ventana que estaba abierta. Por supuesto, Mistófelis miraba desde abajo, el corazón le latía como un tambor y tenía los ojos como dos platos playos. -Ya están adentro. –dijo Mistófelis, pegó un salto y aterrizó en la ventana de la cocina más grande que jamás hubiera visto. Había gatos negros por todos lados, sobre la carne asada, sobre los postre y ¡Hasta adentro de la sopa!
De pronto, la puerta se abrió y apareció un cocinero gordo con delantal blanco y un gorro altísimo. -Mon Dieu! – (que quiere decir Dios mío en francés) Gritó. Y sin pensarlo dos veces tomó una escoba y empezó a barrer a los gatos. ¡Miauuuuu! ¡Rrrauuuuuu! ¡Grrrrrrrr!¡Aghhrrrrr! Los gatos negros volaban por todos lados, junto con trozos de comida, platos plateados, pelos negros, panes blancos. Uno a uno fueron saltando por la ventana, hasta que sólo quedó la pobre Mistófelis, que no tenía nada que ver con todo aquel desastre.
-Miauuuuuu… -dijo tímidamente y justo cuando se veía venir un escobazo, entró en la cocina el gran Lorenzo. Con razón le decían “el magnífico”, llevaba un atuendo todo bordado en oro y un gran sombrero con una pluma roja. Mistófelis tenía que conquistarlo antes de que el cocinero la matara de un escobazo, así que lo miró con ojitos de “yo no fui” y se puso panza arriba, que es el truco que nunca falla. -¡Ahh! Ya sé que no fuiste vos…fue esa pandilla de salvajes callejeros, ya me encargaré de que paguen por lo que hicieron. - Mona… Mona… Lissssaaaaaa… -maulló Mistófelis, porque no podía dejar pasar la ocasión.
-¿Mona Lisa dijiste?, mirá justo hoy encontré este papel que tiene escrito ese nombre… pero nada más. Y diciendo esto, el gran Lorenzo de Medici le dio el papel al tiempo que el enojado cocinero le asestaba un escobazo que la hizo volar al exterior.