7.1 Parte 2
La gatita pedaleó un poco más lento y planeó cada vez más bajito alrededor del reloj más famoso del mundo y del Parlamento. Finalmente aterrizó junto al río Támesis. Sacó las patitas de los pedales, y se bajó de un salto. Se peinó un poco los bigotes, porque el viento la había despeinado, se lamió la patita, se lavó la cara y se puso a caminar por las callecitas de Londres.
-¡Guau, digo miau, ésto es hermoso! – dijo Mistófelis que no podía creer lo que estaba viendo.
Las callecitas empedradas daban vueltas y en cada giro aparecía una torre nueva o vitrales de colores que teñían el ambiente. Muchas cúpulas eran doradas y los portones eran de rejas gruesísimas que formaban rulos que se iban enredando entre sí.
Mistófelis no sabía mucho sobre Tomás Moro, pero sí sabía que tenía que estar por alguna de las iglesias de Londres…o algo así. Claro, cuando uno está medio perdido, lo mejor es buscar ayuda. Mistófelis se puso en la calle, con carita de gatita tierna y empezó con su cansoneta. -Miauuu, Moroooo, Moroooo, Tomássss Moroooo.
A diferencia de otras veces…nadie le prestaba atención…nadie….Pero Mistófelis no se iba a dar por vencida y seguía maullando cada vez más y más fuerte, pero nada, nadie la escuchaba. Al cabo de un rato, la gatita se dio por vencida, había fracasado, estaba sola en Londres y no tenía ni idea de dónde encontrar a Tomás Moro. Bajó las orejitas, se pegó a la pared y se puso a caminar a desgano. Después de andar un rato, vio el enorme portón de la catedral de Westminster que estaba apenas abierto.
La catedral de Westminster era enorme. Un edificio de torres altísimas con ventanas de vidrios de colores y estatuas por todos lados. Mistófelis caminó por el pasillo central y se acurrucó en un banco. Al cabo de un rato, ya estaba roncando y en sueños repetía”Tomás Moro…Tomás Moro…”
Se dice que Londres está llena de seres mágicos, y parece que algo de verdad hay, porque una lechuza blanca como la nieve, la escuchó, fue volando hasta la casa de su dueño y le avisó que Mistófelis, la gata que le había escrito la carta, lo estaba buscando. -Bueno, ya basta de llorar. –Dijo Tomás mientras acariciaba a Mistófelis – ya estoy acá.