Chapter 6 Capítulo 6: “El destino de Patroclo”
Mientras Aquiles decidía su destino, su fiel amigo Patroclo ya estaba al mando de la flota de los Mirmidones.
Mistófelis sabía que allí estaba la acción y sabía que no podía quedar afuera de semejante acontecimiento, así que empezó a maullar como loca para que la escucharan desde el Olimpo ”Miauuuu, miauuuu, miauuu”.
Tan fuerte sonaban los maullidos de la gatita, que Zeus ensordecido mandó a la diosa Iris, la de los pies ligeros como el viento, para que la tranquilizara.”
¡Oh, Mistófelis! Por Zeus vengo enviada para decirte que te estaré llevando sobre mis alas para que veas con tus propios ojos lo que ocurre en la batalla”
Mistófelis, parpadeó, un poco por la sorpresa de ver a la diosa del Arco iris, tan colorida y hermosa, y otro poco por el miedo que le daba volar sobre sus alas. Tragó un poco y sin decir nada más dio un salto y se subió a la espalda de Iris.
Allí montada, vió cómo avanzaban las naves de los griegos, ¡Eran tantas que tapaban el horizonte! Las velas iban desplegadas pero como si la velocidad del viento no fuera suficiente, los remeros impulsaban los barcos con sus remos haciendo que se vieran como enormes ciempiés acuáticos.
Ya en la otra orilla, Mistófelis pudo divisar la ciudad de Troya.
-¡Miau! ¡Qué impresionante! Estaba poblada de altas torres coronadas de banderines de colores que flameaban como llamas al sol. Desde el cielo se veían las callecitas angostas que parecían serpientes zigzagueantes y por todos lados se veían diminutas personitas corriendo frenéticamente, claro que no eran pequeños, es sólo que Mistófelis estaba muy alto y las veía como hormiguitas que corrían y se chocaban.
Lo que Mistófelis no sabía era que en realidad Héctor, el más poderoso príncipe Troyano ya había visto las naves enemigas y en realidad todas esas personitas eran entrenadísimos soldados troyanos que se estaban alistando para defender su ciudad.
Ni bien llegaron a la playa, los Mirmidones al mando de Patroclo, aunque ellos creían que era Aquiles, comenzaron a luchar. ¡Plan, plin, clash! Sonaban las espadas al golpear unas con otras o contra los relucientes escudos de bronce.
Todos los soldados, tanto griegos como troyanos peleaban con valor. Era tanto el ruido que Mistófelis estaba aterrada, y si bien estaba sobre las alas de Iris, igual tenía miedo y de escondía detrás del pelo rubio de la diosa.
En un momento, divisó a Patroclo que luchaba como un jabalí venciendo troyano tras troyano con su espada de bronce. Uno tras otro caían los guerreros de sus carros. Uno tras otros caían esos héroes bajo el bronce poderoso de de Patroclo, el domador de caballos.