4.1 Parte 2
Mistófelis no dijo nada, porque no quería parecer irrespetuosa, pero Atenea, la de los ojos claros, no había hecho más que repetir las palabras de Mistófelis y encima le había… bueno como se dice vulgarmente, ¡Le había pasado la pelota de nuevo a ella! Nuestra amiga bajó las orejas, como hacen los gatos cuando están enojados, y con paso pesado se preparó para su viaje a la isla de Ítaca, donde vivía Ulises, el conquistador de ciudades.
Llegar a una isla no es tan fácil, porque hay agua en el medio, pero Mistófelis que ya tenía experiencia, se acercó al puerto del Pireo, en Atenas y sin hacer ni un ruidito se escabulló entre las redes de los pescadores.
“¡Todos a bordo!, ¡zarpamos hacia Ítaca!” Se oyó la voz ronca del capitán, y en un par de olas estaban amarrando en destino. Mistófelis estaba un poco mareada, y enojada, porque el agua no le gusta ni un poquito, pero entre tumbos silenciosos se bajó del barco y caminando entre sombras y recovecos llegó hasta la casa de Ulises, que no era difícil de encontrar porque él era nada más y nada menos que el rey de la isla. Ulises era famoso por su cuerpo musculoso, su arco y su astucia, eso sí que le gustaba a Mistófelis, porque ella era muy, pero muy astuta, así que sin muchas vueltas le dijo, “Ulises, conquistador de ciudades, hablá con Aquiles, el de los pies veloces y convencelo con palabras dulces para que no regrese a Grecia sin dar batalla.”, repitió estas palabras con la esperanza de que ya no se las repitieran a ella. Por suerte Ulises se hizo cargo. De inmediato preparó sus armas, y su barco y sin decir palabra, parece que se quería reservar por si necesitaba usarlas todas con Aquiles, cargó en sus brazos a la gata y partió rumbo al monte Pelión. Atrás quedaba su hogar, su esposa Penélope y su hijito Telémaco. No era una misión fácil, el corazón le latía muy fuerte, por el dolor de dejar su tierra y por el peligro que debería enfrentar en la guerra de Troya, pero los valientes hacen frente a todo, así que respiró muy profundo y tomó todo el coraje que flotaba en los vientos del mar y navegó hacia su destino.
Muy temprano, cuando el sol apenas iluminaba las siluetas de los montes llegó a tierra firme. Desembarcó de un salto y fue derechito a convencer a Aquiles.
-¡Aquiles!, ¿Vos sos el gran Aquiles?, yo creía que eras un hombre fuerte, pero veo que sos un bebé. Claro, ahora entiendo por qué no querés participar en la guerra, ¡no tenés ni fuerza para sostener la espada!
¡Para qué!, cuando Aquiles oyó que le decían bebé, se puso rojo de furia, tomó su enorme espada y quiso pelear con Ulises, pero el astuto Ulises le tendió una trampa.
- Pelearé con vos, pero si te gano, tendrás que obedecer mis órdenes.
Y como Aquiles era muy orgulloso, ni lo pensó y se puso a pelear como un loco. Mistófelis estaba aterrada, no es para menos, el ruido de las espadas era ensordecedor. Pegó un salto y bajando las orejitas se quedó muy quietita detrás de una roca, hasta que vio que Aquiles caía al piso y Ulises lo apuntaba muy firme con la espada.
-Ahora, nene malcriado, reuní a tus mirmidones y prepará los barcos porque Atenea nos espera en Troya para ganar esta guerra, y vos Mistófelis, tendrás que probar tu valor si querés venir.
-¿Todavía más?- pensó Mistófelis, pero no dijo nada porque estos hombres parecían muy malhumorados y no quería correr riesgos.
-Deberás cumplir estas cinco tareas que te encargo, y si lo lográs, entonces habrás demostrado que sos digna de participar en la guerra más famosa de la historia.- Y sin decir más le presentó estas tareas.